Gatos

(novelón en 48 patas) *

 

 

m i é r c o le s

 

 

                                   madrugada

¿Qué es esto, qué tengo yo acá, un club?, se puso a gritar la mujer de enfrente cuando abrió la ventana y se encontró con cinco gatos sentados en el árbol.

Todo esto lo vio la Flora esta mañana desde su puesto en la ventana del lavadero. Ahora, mientras todos duermen, está en ese mismo lugar con su perfil blanco dibujado contra la calle en perfecto silencio de chismoso, esperando con los bigotes inmóviles que vuelva a aparecer alguno. A esta hora suele haber carreras.

Porque en la vereda de enfrente suceden cosas incitantes, esa manzana está en época de definiciones y los machos están disputándose el poder. Aunque las peleas se dan en los techos que desde aquí no se alcanzan a ver, a veces un desafío se desata ahí mismo, en el árbol de siempre o en el techo bajo de ese galponcito de herramientas que es lugar de reunión.

Los otros dos todavía duermen, así que por un rato más nadie va a venir a disputarle la ventana. A la Flora le apasiona la noche por los cinco meses en que estuvo perdida y conoció algo del mundo. Cinco meses infinitos en el exilio, huyendo por los techos y robando en los patios, metida entre las latas de aceite del supermercado, a sólo 20 metros de la casa pero demasiado aterrorizada para poder volver. De día se escondía temblando entre los cajones de botellas que los hombres movían todo el tiempo con estampidos y gritos, y de noche era muy arriesgado salir, porque esos cincuenta metros de distancia a la casa eran territorio de los machos que recorrían la manzana como una banda descontrolada. Quedaba encerrada toda la noche, torturada por la sed. La Flora no quiere ni acordarse. Ahora que está vieja y no caza más porque perdió velocidad y olfato, se conforma con mirarlos cuando puede desde la ventana del lavadero, y a la hora de los pájaros se va a dormir cerca de Ñaun.

Algo se mueve en el jardín de enfrente y un gruñido grave abre los desafíos. Cuando la Flora se estira para no perder detalle, surge de la nada el Renato con un salto impecable, la atropella blandamente y amaga nomás con levantar la pata. Eso basta para que la Flora le ceda el espacio y se baje del lavarropas.

 

* * *

 

Hace rato que los enfrentamientos terminaron y en la calma de la noche cae cada tanto la gota chirriante de un grillo. La luz del foco de la calle entra feteada por la persiana y en la cama dibuja rayas de luz sobre la sábana que envuelve a Ñaun, dormida como una ballena varada. En el suelo las líneas trepan por el turbo para cuadricularse con sus círculos concéntricos de aire.

La Flora intenta un sueño inquieto en la silla estratégicamente ubicada en el camino del viento, y el lomo le flamea en abanico. Tiene el hocico hundido en la pelambre de su cola, pero en los ojos casi cerrados ahora una rajita brillosa de caramelo de miel la mantiene al tanto de lo que pasa en el comedor, porque escuchó la discusión desde acá.

Por el ruido ya sabe lo que pasó, pero ella no se mete. Seguro que la Princes estaba debajo de la mesa, en la silla fresca, y el Renato vino otra vez a buscar roña, a quitarle el lugar. Hubo un par de zarpazos, el gruñido de indignación de la Princes, y alguno de los dos hizo rechinar la pata de la silla. Ahora oye que la Princes recorre con saltos de liebre el espacio hasta la ventana del patio, después el impulso, la caída amortiguada y el lomo rozando las hojas de la planta grande.

 

Entonces se escucha clarito el resorte del sillón y la Flora se relaja porque sabe que el asunto terminó y no hay peligro de que se traslade hasta donde ella está. Ese insolente siempre hace lo mismo, saca a cualquiera de las dos de la silla fresca y después va a tirarse en el sillón, a adoptar esas poses de peluche bobo, panza arriba y con las patas blancas plegadas en el pecho. La Flora gruñe con desprecio y deja caer los primeros párpados. Una telita fina se eleva como una inundación en la superficie espejada de los ojos, y ella entra en un sueño de pasadizos terroríficos.

 

La Princes frena la carrera en medio del patio. Ella también escuchó el resorte del sillón, y sabe que ya no hay necesidad de alejarse más. El Renato ya tiene lo que quiere, quedarse solo para desparramarse en el sillón con la satisfacción de ver que todos los otros lugares a su alrededor están vacíos. Único rey del comedor. Ya se le subieron los humos, desde el asunto de la alacena.  Mejor. Que se pudra. Para la Princes lo mejor de la noche recién empieza, justo ahora que ya se siente el alba.

 

 

 

                                                   amanecer                     

  

 

h á b i t o s   d e   c a z a

 

En el silencio de la noche cada vez más azul se empiezan a escuchar unos gorjeos suaves en la copa del fresno. A la Princes se le hace agua la boca y la empieza a invadir la adrenalina del sigilo cuando avanza hasta el borde de techo que roza la copa del árbol para estudiar la cortina de hojas, conocer posiciones y decidir estrategias.

Sabe que no tiene mucho tiempo porque después de esos píos de nidito, a medida que crece el gris violáceo que abre el día, los pájaros se van a desatar en una conversación a los gritos, el preámbulo de la desbandada que en pocos minutos va a dejar las ramas vacías.

Espera la oportunidad y ahí está. Un gorrión, que por la torpeza parece que está aprendiendo a volar, da saltitos tontos sobre el tapial, al lado de la parrilla. La Princes se prepara para atacar con la cadera vibrando como las turbinas de un Jumbo, brillantes los ojos en la primera claridad. Le repiquetean los pies en el piso, da dos pasos de carrera aplanada y salta, se alarga elástica en el aire    

y nada,

porque la garra estirada apenas roza el vuelo despavorido y le quedan dos plumones en las uñas. El pájaro dibuja un garabato contra el cielo y se pierde en el borde del edificio de al lado.

 

Ya se volaron todos y el árbol quedó mudo. La Princes se sienta en el tanque más alto, y se conforma mirando el aire surcado por otros vuelos inaccesibles. Hoy no va a tener el orgullo de bajar de la terraza con la presa, llamar a los otros con un maullido largo y entretejido como un macramé, vengan a ver lo que cacé, aquí traigo mi tributo a Ñaun, vean, y soltarla a sus pies en el medio del comedor, para que ella esté feliz con el regalo.

Aunque siempre grita cuando le trae pájaros, quién la entiende. Los otros que trae, esas cositas más o menos redondas con colita de cable o hilo que va a buscar de noche por las terrazas, a Ñaun le gustan, le parecen graciosas, se ríe mucho y las llama Unratón. Salvo aquella vez que todo salió mal, que Ñaun miró la presa que le había traído y en lugar de reírse como siempre empezó a gritar ¡Es de verdad, es de verdad!

Otro que a Ñaun no le gustó fue ése que casi tuvo que arrancar a los tirones porque estaba metido en una caja. Asomaba perfectamente reconocible, así que ella le mordió la cola y lo desprendió.

Hasta que se levantó Ñaun la pasaron  bárbaro con el Renato mareándolo por todo el piso, como a ellos les gusta, enganchándolo con las uñas para hacerlo volar por encima de los sillones, pero después tuvieron que esconderse debajo de la cama porque era claro que Ñaun no estaba contenta. Gritaba ¡Los auriculares, los auriculares! y se lo contó a cuanto humano vino a la casa en un montón de semanas siguientes…

 

 

 

 

 

 

p  a  l  o  m  a  s

Pero la hora hace que también el Renato empiece a pensar en la terraza, y sus patas de terciopelo teclean por la escalera sin un solo sonido. Tal vez la respiración, sí, en los últimos escalones, teñida apenas por un maullido que le brota como un hervor. Basta ese mínimo rumor para que se orienten hacia él las orejas de la Princes que se recortan contra la claridad del cielo sobre el tanque.

El Renato no se vuelve a mirarla; avanza con la cabeza baja y la mirada a media asta del leopardo, en línea recta al tapial.

Ahora, el salto liviano al equilibrio del borde,

seis pasos

y extremo cuidado: los vidrios. Uno, dos tres, meter la pata justo en el hueco entre esos dos, esquivar la planta con la cabeza y firme caer en el borde del tapial de la casa de atrás.

Enseguida llegan los olores de la gente que vive ahí, y más fuerte, el olor del perro áspero que duerme en el patio de abajo. El lomo del Renato se encrespa y su perfil recorre el borde de piedra como un plumón a contraluz, hasta la cornisa alta.

Tercer salto. Ya falta poco. Por el trote, el aire que respira le va chasqueando las cuerdas vocales y las hace sonar solas, como un arpa quieta agitada por el viento.

La cornisa es ancha, impregnada de olor a paloma. Con la luz las gordas ingenuas ya hacen ese ruidito de buches que a él lo hace estremecer, porque imagina enseguida que hinca los dientes y brota la sangre caliente entre las plumas...

 
 
 

mañana

 

El saldo del amanecer fue bastante lamentable. El Renato tampoco logró nada en el palomar y tiene que volver a sentarse arriba del tanque a mirar los vuelos altos, lo mismo que la Prínces.

La Flora prueba suerte en un platito del patio donde dejó algo de comida ayer, pero hierve de hormigas coloradas.

Es que Ñaun quiere domesticar a las hormigas y convivir con ellas, le da lástima matarlas y les pone comida entre las plantas para que se alimenten ahí sin hacer el caminito de ídem a través del patio, pero vienen igual porque prefieren el alimento de los gatos. Ya Miamor se enojó con ella y le dijo que era una mujer ridícula, y que ponga veneno para hormigas, que no le va a hacer nada a las mascotas.

Tendrán que irse a dormir otra vez hasta que Ñaun se levante. Es tan larga la noche, y se hace tan tarde el desayuno acá...

El Renato baja al dormitorio para el primer intento y se da una vuelta maullando, pero él tampoco puede despertarla a esta hora (cuando hace calor los pájaros salen del nido mucho antes que ella) así que se instala a los pies, estirado como una baguette para disfrutar de la sábana fresca hasta que ella empiece a moverse, cosa que va a tardar bastante porque por ahora parece un muerto abrazado a la almohada. Hay que esperar que suene el despertador, y después soportar toda la otra espera, porque ella nunca va derecho a la cocina y hay un montón de idas y venidas que postergan la comida sin necesidad.

 

Atención. Atención.      La ballena empezó a moverse; está estirando los brazos y hace ruiditos infantiles. Y ahora se sienta,   sí,   bajó las piernas de la cama... Sí  sí ¡Se levanta!

El Renato la intercepta en el pasillo y presenta el primer pedido pero lo de siempre, Ñaun dice ¿Qué hacen mis tesoritos? y se mete en el baño. Ya saben que ahora viene todo el ritual del agua y los perfumes, y la ansiedad no los deja sentarse tranquilos.

 

Por fin se abre la puerta del baño y pueden empezar el Coro de Reclamar Comida, que es un solo larguísimo maullido, Ññññññññaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa 

con pausa para tomar aire y ññaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagirando sobre sí mismos para quedar graciosos.

Sin embargo cuando ella por fin entra a la zona de los alimentos primero pone agua en la pava y los panes a tostar. Como si no estuvieran ahí reclamando, todos los días es una lucha.

Pero al final se oye el golpe seco de la puerta del armario, y mejor todavía el chasquido de la tapa del frasco donde se guarda el alimento. Se inundan las gargantas y el entusiasmo los hace equipo dando vueltas locas alrededor de los platitos, la Flora con la cara hacia arriba, atenta a los movimientos del frasco en las manos de Ñaun y tropezando con los otros.

La Prínces es la única que al final elige un plato y se sienta inmóvil mirándolo, a la espera de ver lo que ahora sucede, se desgrana el maná con su cadencia gloriosa sobre los platitos, cri cri cri   cricricricricri   ellos se abalanzan  cricricri cri  y cierran los ojos sobre la comida con las cabezas juntas como hermanos...

 

                                                                                                                                                                                                                                                                 

 

A la única que se le puede ocurrir ir a sentarse en la silla de Ñaun cuando se huele el café es a la estúpida de la Flora. Para eso están los otros lugares. Está el de Miamor, que ya desayunó a las 4 para irse al negocio, pero ahí no se sienta nadie por lo de las perchas voladoras. Está la Silla Incómoda, que se tambalea porque tiene una pata más corta, y la Silla Fresca. Otro lugar bueno en el comedor  es arriba del armario, pero hay que tener cuidado con la cola si Ñaun lo abre a cada rato para sacar platos.

La cuestión es estar todo el tiempo cerca de ella, en la habitación donde se encuentre, y ahora eso es el comedor, mientras unta tostadas y hace planes en un anotador. Van llegando de a uno y se acuestan por ahí. El Renato siempre saluda antes de instalarse, maúlla cosas tiernas y le pasa ida y vuelta por las piernas. Ñaun ya sabe que no quiere nada, que es sólo un saludo que hace antes de acomodarse en las proximidades. Hermoso sol de la mañana entra por la ventana del comedor.

 

Ya se empiezan a captar algunos gestos que preceden a la partida de Ñaun. Ven que levanta la taza del desayuno, limpia la mesa, guarda los cigarrillos y las llaves. Está por irse.

Los tres dejan la mirada perdida, ofendidos, porque no hay nada que puedan hacer para impedirlo. Tampoco van a ir a acompañarla hasta la puerta, y antes de que Ñaun llegue a la esquina van a estar profundamente dormidos. Será la Primera Gran Siesta del día.

 

Pero hoy las cosas salen de otra manera. Justo antes de abrir la puerta para irse, ya con las llaves en la mano, Ñaun ve de pronto el charco amarillo al lado de la planta.

Quéssséso, empieza a silbar, Quéssséso, Quéssséso, cada vez más fuerte, y deja caer las llaves en la mesa con un ruido a metales sueltos. Hay una retirada general.

Ñaun corre una silla del comedor y se sienta despatarrada sacudiendo la cabeza, la tormenta creciendo a lo largo de su cuerpo, hasta que un resorte la alza como el viento. La Prínces la ve venir con mala intención y huye como gacela que olfateó al león. Corre, pero Ñaun la alcanza igual, con un envión la saca al patiecito cubierto y le cierra la puerta en la cara. La Prínces se aterroriza: el patiecito le huele a encerrona, y más cuando ve que Ñaun trae también al Renato, un paquete tenso lleno de uñas, y después a la Flora sonando como una bolsa de grillos. Meter a la última no es fácil porque ahora son dos los que se quieren escapar, y en la lucha el Renato salta como un galgo por encima de la pierna que trababa la puerta.

Vení acá, vení acá, va gritando Ñaun en la persecución por las habitaciones, pero el Renato enseguida reconoce que no hay escapatoria. Camina lento un último tramo y se rinde de espaldas al lado del ventilador, dejándose agarrar.

Con los tres en el patiecito, la puerta se cierra. Va a haber un interrogatorio.

 

Ñaun mira con rencor desde la cocina las seis orejas levantadas atrás del vidrio.

Muchas veces el interrogatorio le da resultado para impartir justicia y no hacer pagar a inocentes por transgresores, porque el culpable siempre se delata por la desesperación con que quiere huir del lugar cuando se habla del asunto, y hablar del asunto es señalar el delito, Qué es esto, qué es esto acá! o hacer la pregunta terrible: Qué hiciste. Quésésto y Quéhicíste suenan muy parecido. A castigo. Así que cuando entra al patiecito cada uno se ubica en el rincón que cree más inalcanzable entre las macetas y el sillón de lona, pero a la primera pregunta de Ñaun ya son equipo y están los tres con los hocicos en torre contra la puerta para entrar a la casa como un rayo si por milagro se abriera. El resultado del interrogatorio es muy confuso.

Entonces Ñaun abre la puerta de un sacudón, les grita Fuera de acá y larga unos rugidos incompletos,  Per  Quésés Asqueró.. Quésecr!, para que huyan por la escalera. En los primeros tramos se detienen a ver si es taaan lejos que se tienen que ir, así que Ñaun golpea las manos para que desaparezcan de una vez sus colas en la terraza.

En dos minutos ya están de vuelta y la observan en silencio desde la escalera. Ñaun los ve con el costado del ojo pero finge no saber que están ahí mientras va sacando del cuartito balde y escoba, y aprovecha que la escuchan para decir otras frases indignadas.

 

 

Bien. Terminó la rabieta. Ahora Ñaun limpia resignada en el comedor, y ellos se van ubicando furtivos entre los muebles para no perderse detalle, porque si hay algo que les interesa muchísimo es la secuencia de acciones de la limpieza.

En una de las embestidas la escoba golpea las varillas que trajo ayer Miamor y que estaban apoyadas en la pared. Las hace resbalar con un tamborileo en el borde la mesa y al final chasquean contra el metal de la lámpara con un estallido de circo. Pánico general. La Prínces y la Flora corren por sus vidas, pero el Renato no huye inmediatamente, no puede aguantar la curiosidad y erizado se asoma como un duende desde abajo de una silla para ver qué fue eso.

¡Sí, viste?, ¡Soy Júpiter Tonante!, le grita Ñaun, y larga la carcajada.

 
 
 
 

mediodía

 

El mejor oído es el de la Prínces, sin duda. Es la primera que escucha las llaves cuando Ñaun todavía está en la vereda y las saca del bolso. Por eso se sienta con las patas impecables muy juntas, la vista clavada en la luz debajo de la puerta.

¡Viene! ¡¡Viene!!

Apenas escucha que afuera se abre la reja se levanta a recibirla mucho antes de que los otros se enteren de que por fin llegó la comida y la posibilidad de ser acariciados. El Renato, que ahora sí escuchó las llaves, viene a toda velocidad desde la terraza y se pega a la entrada. La Flora no se atreve a tanto, y espera tensa, sin mostrar sus emociones, a unos metros de ahí.

Se oyen los primeros pasos en la galería y a coro desesperado empiezan a llamarla desde adentro: Ñaaun, Ñaaaun, Ñaaaaun!! hasta que ella abre y llega por fin el momento de refregarse por turno contra las piernas que tienen el maravilloso olor de Ñaun.

Volvió, no se puede creer.

En la confusión de tantas emociones topazos y maullidos, el Renato y la Prínces se dan unas lamidas al pasar. A pesar de tantas peleas son hermanos y en momentos de felicidad como éste se acuerdan de aquellos días perfectos, cuando se hundían en una panza peluda y suave con olor a leche parecida al pulóver de Ñaun a la hora de la siesta y una lengua los acariciaba infinitamente, como la mano de Ñaun a la tarde, si Miamor no llegó todavía y ella está quieta en el sillón mirando el cuadrado de luz.

Ella los comprende y sabe ponerse en su lugar, así que al entrar desde la calle los saluda como si se hubiera ido de viaje por un larguísimo tiempo, y los nombra de a uno, muchas veces. La Flora avanza agazapada a robarse una caricia y vuelve a ocupar el rincón, antes de que los otros la disciplinen.

 
 

 

 

Como siempre Ñaun se sienta a comer sola frente a la caja de luz porque Miamor nunca viene al mediodía, pero hoy, cuando está por levantar el tenedor, suena el timbre.

Es la vecina de la cortada, que viene con la cría ésa que los persigue con la garra estirada repitiendo gato-gato-gato. Apenas Ñaun le abre la puerta la mujer que es una irresponsable la deja en libertad y ellos la ven avanzar dando pasos inestables por toda la casa. Tiene unos bracitos gordos pelados, de carne tiernita. El Renato lo sabe bien porque un día apenas la rozó con la pata y ella salió llorando con una raya roja.

Mientras ellos vigilan los movimientos de la pequeña amenaza las mujeres hablan. La vecina dice Córdoba y habla del viaje y de la tía, hasta que se deslinda el real problema que la trae: la Sol. Qué puede hacer, no va a dejarla encerrada tres días, pobre gata. Por favor, que se quede aquí, ¿Podrá ser?

Ñaun los ve escudados atrás de las sillas y duda un rato, pero al final accede.

La vecina y la criatura desaparecen, y cuando se quedan solos Ñaun les habla con voz finita. Se ve que supone que ellos van a creer que maúlla. Les dice como tres veces que van a conocer una amiguita que se llama Sol, que va a venir a pasar unos días con ellos, que la van a tratar bien, no es cierto? Sí, porque son unos gatitos muy buenos...

 

 

 

atardecer

A eso de las siete de la tarde empieza a producirse una inquietud general. El Renato es el delegado y da vueltas alrededor de Ñaun largando unos maullidos de la especie de los desesperados. Las otras dos esperan cerca de la puerta de la cocina hasta que ella deja lo que está haciendo, ve la hora y recién ahí comprende que tiene que darles el alimento. Siempre necesita mirar el reloj para darse cuenta, como si el Renato no maullara claro.

A esta hora el Renato no está demasiado interesado en la comida. Hace el pedido, como le corresponde al jefe de manada, pero se sube al banco para ver el espectáculo de las hembras comiendo. Espera lo especial para él. La Flora apenas levanta los ojos del plato para verlo lamer esa asquerosidad que es lo único que a él le interesa a esta hora: un poco de queso blando untado contra un azulejo. Después va a estar un montón de tiempo relamiéndose los bigotes.

Más tarde se va al dormitorio para ver al otro. Sentado en reposo como un bañista, se queda largo tiempo mirando al gato gris y blanco que siempre encuentra en el espejo.

                                                              

 

Suena el teléfono y Ñaun corre a atenderlo. Dice Miamor Miamor varias veces, pero después se queda seria.

¿Otra vez? ¿Otra vez?!, repite cada vez más enojada, y al final, antes de cortar, Bueno, por qué no te quedás a vivir en el negocio, así no tenés que hacer nunca más el viaje hasta casa? ¡Harta estoy de dormir sola en esta casa enorme... ¡Un perro, sí, un perro me voy a comprar!

Y corta enfurecida.

Ellos disparan a distintos puntos de la casa.

Después Ñaun se sienta sola enfrente de la caja de luz. A ellos les encanta cuando Miamor no está, porque él no los trata muy bien. A veces les acaricia el pelo, cuando está distraído mirando sus papeles, pero en general ni los mira, y cuando Ñaun no está les da de comer sólo por no escucharlos pedir. Además siempre se acuerdan del asunto de la percha. Una vez que andaba enojado con Ñaun le tiró una percha a la Flora porque le había llenado de pelos el pantalón. No la alcanzó, pero la percha hizo un ruido horrible en la pared, y eso no se olvida.

Por suerte no está en todo el día, y desde que se llevó el negocio a otra ciudad a veces tampoco viene a dormir. A Ñaun no le hace ninguna gracia, y se pelean por eso. Para huir cuando hay discusiones entre Ñaun y Miamor  cada uno tiene su estrategia. La Flora se sube a la biblioteca más alta (lo mismo que hacía cuando la Prínces tuvo cría y ella desde allá arriba le miraba los gatitos con odio, los ojos dos rayitas), el Renato prefiere la terraza, y la Prínces se desliza cabeceando debajo del acolchado, porque cree que al ver el bulto en medio de la cama nadie podría sospechar que ella está ahí.

 

Ahora Ñaun está frente a la caja de luz pero come semillitas muy nerviosa. Dos veces agarró el teléfono, marcó unos números y cortó antes de hablar. Cuando la Flora quiso subirse a la falda la echó destemplada ¡Salí, salí de acá! ¡Déjenme tranquila! y casi pareció que lloraba.

Pero el salto de la Flora desparramó una marejada de pelos a lo largo del piso y Ñaun lo vio, qué desgracia. Esto recién empieza. Está enojada con Miamor y ellos van a pagar el pato, ahora va a empezar a perseguirlos con el peine amarillo que guarda en el armario de la cocina.

Ya probó con muchos métodos para sacarles el pelo antes de que se les desprenda y ruede por el piso formando bolas lentas en los rincones. Al final de tantas pruebas, todas ineficaces, se quedó con el método del peinecito que todo el mundo odia.

La ven acercarse amorosa a acariciar a la Prínces y de pronto le brota en la mano el peine que traía escondido. La Prínces avisa a todos con un gruñido (Alerta, alerta, Peine, repito, peligro de peine) y corre con los otros a colocarse bien lejos.

El Renato no sabe bien para qué escapan, porque al final los va agarrando de a uno y ahora le toca a él por más que patalee. Al principio va todo bien, el peine pasa por el lomo y rasca lindo, pero cuando empieza a correrse hacia atrás se acerca a lugares que no le gusta que le toquen y se resiste. Siempre igual. La amenaza, mira de costado con las orejas chatas y va dejando salir un gruñido profundo que claramente avisa que ya basta, para que la otra no se engañe con su suavidad de peluche. Algunas veces ella vuelve a peinarle el lomo susurrándole cositas en las orejas para calmarlo, pero hoy no le tiene paciencia, le dice Dejate de joder, quedate quieto de una vez, ¿no ves que te estoy peinando?, y le aplasta la cabeza contra el sillón  hasta que se sale con la suya, le arranca un mechón de pelo suelto atascado que ya se le estaba por hacer rasta y le muestra entre los dedos frente al hocico la bola de pelos sueltos que le está juntando, ¿Ves? Ves? le dice, pero él gruñe igual. ¿Ves? ¿Ves lo que te estoy sacando?

Todo al fin es esperar escuchar el click, que es el ruido que hace el plástico del peine cuando Ñaun lo guarda por fin en el estante del armario, y ellos respiran porque terminó la persecución.

 

De a uno van saliendo de la peinada y se sientan ofendidos en algún lugar elevado, siempre respetando las jerarquías, por supuesto, no cualquiera tiene derecho a cualquier altura.

(Las cosas están bien claras ahora. La Prínces siempre había sido la reina. En el camino acostumbrado en la cocina, de la silla a la mesada, de ahí a la heladera y al techo de la alacena, que es lo más alto, ella era la única que podía subir tanto. Pero ahora el Renato creció y se mueve como un tigre por la casa. Un día él trepó hasta allá, la hizo bajar y desde entonces ella no puede pasar del nivel de la heladera. El Renato en cambio descubrió un nivel todavía mayor que la alacena, y ayer se sentó sobre la tapa del calefón sin mirar a nadie. Lo que es el poder.

A la Flora le toca la silla, que es lo más bajo que hay, porque es la que siempre pierde cuando se desafían. Por eso unos amigos de Miamor que siempre vienen le dicen “Elpueblo” y les da una risa bárbara, pero siempre terminan diciendo Po-brecí-tala Flora! 

                                                                            

 

madrugada en celo

Las chicas pensaban aprovechar que Miamor no está para dormir tranquilas a los pies de Ñaun, pero la superficie de la cama se mueve como un terremoto con las vueltas que da desde que se acostó. Todavía no pudo dormirse. Parece que a ella no le gusta que Elpercho esté durmiendo en otro lugar.

Es que entre las sábanas Ñaun fantasea. Cree que sueña pero solo encadena deseos y proyecta breves películas, algunas de terror. Camina enérgica por una vereda oscura y golpea en la puerta del negocio, no usa los timbres, golpea y abre para ver la oficina iluminada y allá al fondo Miamor. Y también está ella, ésa que no tiene cara, la hermana del socio que ahora trabaja en el negocio, ah, que no se atreva a, Ñaun abre de golpe una puerta, ellos rompen un abrazo y la miran sorprendidos, No te atrevas, grita Ñaun con el brazo extendido, y La Otra estalla como una granada, se evapora                            y Ñaun da más vueltas en la cama desbarrancando gatas.

El Renato en cambio no tuvo ni la menor intención de subirse a la cama. No va esta noche a olfatear los pies de nadie, porque ahora es la mismísima noche la que está olorosa y él...

                                                                                                                                        Gatas   gatas                

sale a buscar gatas...

 

Allá la blanquita linda flaca ésa que se llama Perlita, que anda caliente y a los gritos igual que ayer. Son como cinco tapiales, pero qué son cinco tapiales para un gato en estado atlético, un macho dominante como dijo el veterinario, dijo Está en estado atlético, y calibró el volumen de los jamones en las patas traseras.

Dilatadísimo lo negro de sus ojos el Renato penetra las distancias en la oscuridad. Tiene que ir con cuidado, porque ahí nomás vive el Cabezón, que por suerte es anaranjado claro y se lo distingue en la oscuridad mucho antes de que se acerque. No como al Oscuro que se viene desde la otra esquina de la manzana, a ése le brillan los ojos cuando lo tiene ahí nomás, porque no se ve ni se oye ni se huele el hijo de puta.

Se acuerda muy bien de cuando era una cría y lo trajeron a la casa. A la noche aparecieron los dos bien alto en el techo para asomarse al patio de Ñaun, a investigar quién era el de los maullidos. Los ojos como tajos de luz, sin abrir la boca lo estudiaron bien y después se fueron ondulando, porque el de abajo era sólo un pendejo que todavía jugaba con las hojas caídas. Que vengan ahora a ver, si son machos... Mucho van a cambiar las cosas pronto, ahora que tiene los bigotes como lanzas.

No sabe por qué, buscar chicas siempre le viene mezclado con estas ganas de pelear..

 

Desde acá se escuchan los llamados de la Perlita que le aceleran el trote, pero tiene que parar en seco cuando escucha el violonchelo de la garganta del Cabezón. Claro, ya llegó al final de la tercera casa y ahí está: un recorte claro contra las sombras.

Detenido, el cuerpo del Renato que venía estirado como una boa transmuta en arco erizado y se alza hasta que camina con las uñas. Así avanza el último metro, pero todo queda en un desafío de posturas y gritos que terminan con efe porque el Cabezón no salta desde el borde para enfrentarlo y casi sin poder creerlo el Renato supera la valla y sigue.

Ya es carrera el último tramo,

ya se ve el árbol de la casa donde vive la Perlita y el corazón se le acelera. Le nace el maullido arrastrado de los tangueros y deja la boca abierta para que siga saliendo interminable el llamado del amor.

Cuando toma aire escucha la voz de ella, profunda campana sumergida de hembrita en celo. ¡Ahí le está contestando, le está contestando! Se estremece, ya me acerco, no te vayas, le va canturreando, ahí nomás estoy, hermosa, qué lindos maulliditos hacés, y se detiene en la última punta de cemento para ver abajo el pasto recortado y la Perlita haciendo su despliegue con la colita levantada.

Ahí estás.. ¡Pero mirá como te ondulás, preciosa! ¡Ahí voy!

Ah        divina noche de sábado

(para el Renato todos son sábados) 

 

 

 

j u e v e s

 

mañana atroz

Ñaun se levantó furiosa y de un tirón se arrancó las sábanas, así que el Renato que acababa de llegar de su salida nocturna  rodó envuelto hasta el piso justo cuando estaba entrando en el sueño.

Fue el timbre, que rajó el silencio con saña, y atrás del timbre hubo una invasión de catástrofe, unos hombres enormes tiraron al piso de la terraza pilas de madera, hicieron un estruendo tan brutal que la Prínces casi se cae, quiso trepar al tanque y corrió por detrás de ellos entre las risotadas, ¡Mirá cómo rajó ése! decían, y llegó al dormitorio donde los otros dos ya se habían refugiado.

El único lugar seguro era adentro del placar pero Ñaun lo había dejado cerrado, así que desde hace una hora están los tres aplastados abajo del sommier. Frente al peligro no hay jerarquías, y el Renato huele los pelos del lomo de la Flora sin quejarse, con los ojos redondos como bolitas de vidrio esperando captar el momento en que los hombres salgan de una vez por la puerta.

Hasta que escuchan que Ñaun cierra y pasa a la cocina a hacer los ruidos habituales. Se fueron.

Pero Ñaun sigue inquieta. Apenas toma unos mates y empieza a llevar al patio las varillas largas (las de Júpiter). Fuma como loca, habla por teléfono sin parar (volvió a decir que va a traer un perro) y mira unos papeles grandes sobre la mesa.

La Prínces es la primera que sube a ver qué es lo que le interesa tanto y se deja caer de costado sobre la superficie tersa. De nada le sirve poner caritas de amor y entregar el cuello, porque Ñaun la saca a los gritos de no sé qué de Losplanos.

El Renato tampoco duró mucho sobre los papeles y están en las sillas a la espera de que caiga algo para jugar ahora que aparecieron lápices y gomas.

Es que a Ñaun se le ocurrió hacer un techito transparente en el tramo hacia la terraza, hacer de la galería cocina y del patiecito comedor diario, o del patio cocina y del lavadero patio, no se entiende bien, y ya cambió de idea tantas veces que las peleas con Miamor son parte de la rutina de todos los días. En la terraza hay caballetes, bolsas y latas de pintura. Y sigue con eso de que va a traer un perro.

Desde la mañana está hablando del perro, del teléfono y el perro, del auto para el perro, y cómo trae el perro, y con quién va a ir a buscar el perro. Y ellos están con los pelos de punta.

Un perro, qué espanto, como el de al lado, tan enorme que se rasca refregándose contra los pinchos de miedo que tiene el palo borracho. Ah qué placer el tipo incrustándose esos pinchos, le encanta. Ellos siempre lo espían aterrados desde la ventana de arriba.

 

 

 

No se sabe cuándo será eso del perro, pero lo que sí es seguro es que la vecina ya está aquí con la Sol en un bolso, se ve el hocico empujando por los cierres.

La mujer vino sin la cría, porque no puede llevar dos animalitos al mismo tiempo, y en la puerta cede a la desesperación de la gata, pone el bolso en el suelo y lo abre para que vea a dónde acaba de llegar.

La Prínces, que se estaba limpiando la cara, queda suspendida como una estatuilla en medio del comedor, la pata a medio camino hacia la boca, porque la ve por primera vez.  

Estirada como una liebre asoma del bolso completamente negra con las orejas paradas. Los ojos, dos chispas amarillas, miran alrededor y descubren que hay otros dos además de la Prínces.

Con un salto sale del bolso y empieza a recorrer la casa como un comando, a toda velocidad y olfateando intensa, probando cada puerta o salida posible sin saltearse una sola, y las mujeres atrás, para ver qué hace. No se detiene a menos que sea imposible seguir. Así sube como una anguila a la terraza, y la recorre toda, cerca de los bordes. La cruza en diagonal, se aventura por el tapial de la casa del perro y antes de que Ñaun grite la Sol huele y retrocede, pasa entre las piernas de la vecina que venía subiendo a los chillidos por la escalera y baja otra vez  tun tun tun tun tun  sin perder el ritmo. En el patiecito se le termina el recorrido y ya sabe que no hay salida ni terreno reconocible, así que larga un lamento desolado.

Oh   pobrecita   Ah   oh   exhalan las dos mujeres, y la vecina se queda a tomar mates con la gata negra en la falda para ver si se calma. Y para que de paso los otros la vayan conociendo.

 

 

anochecer de un día agitado

Desde que la vecina se fue dejándola abandonada aquí, la Sol comprendió que el lugar más seguro es mantenerse pegada a Ñaun. Es la que tiene la autoridad acá y además, hace un rato le dio de comer lo mismo que le sirven en su casa.

La presencia de la intrusa rondando por el comedor y la cocina atrás de Ñaun hizo que los otros tres se perdieran el almuerzo porque se quedaron todo el tiempo en la terraza, con la esperanza de que en un par de horas alguien vendría a llevársela otra vez. Pero no, las horas pasaron y ahora ya tienen hambre, no saben cómo van a hacer para comer con ésa rondando.

El otro problema es el popero con las piedritas, que quedó en la zona invadida. Por no bajar usaron el macetón de la terraza y después van a tener problemas con Ñaun. Además la Flora vio que en una bolsa de náilon traían otro popero, y eso de que le instalen baño ya hace pensar en una estadía larga.

Pero en algún momento habrá que bajar a comer.

 

Por un rato custodiaron en bloque la ventana del comedor desde el patio, y ahora copan el interior. Disimulan, uno por acá, otro por allá, cualquiera creería que descansan pero lo que hacen es seguir de lejos todos los movimientos de la otra en la cocina y de paso controlar la única salida al patio. La tienen confinada, ahora, y se aseguran su propia vía de escape por si la extraña resulta ser peligrosa. Avanzan por tramos que se cuentan en centímetros, pero antes de la noche ya están sobre la puerta de la cocina.

 

El teléfono suena en la mesada y Ñaun protesta otra vez, porque Elpercho no viene a cenar.  Mi amor, hice el pollo con papas, ¿No íbamos a comer el pollo esta noche?

Pero hay cambio de planes y se va a quedar a comer allá cualquier cosita, a ver si puede cerrar los balances esta noche. Pero volverá a dormir, aunque sea tarde.

Ñaun corta sin saludar y le hace burla al teléfono, sacando la lengua para hablar, Vos acostaate, vos acostaate, No me esperééés, y le pega con el repasador un lonjazo a la mesada, ¡Balances se va a hacer el señor!

La Sol, que recién ahora se estaba calmando, da un salto de cuatro patas en el sitio y corre a meterse abajo de una silla. Los otros tres aprovechan para tomar posiciones adentro de la cocina. Ahora pueden observarla bien y por fin todo queda claro: es una hembra que recién está empezando a madurar. Volvió a pegarse a las piernas de Ñaun, y nunca les da la espalda.

La única que se acerca a olerla es la Flora, que tal vez la reconoce como pueblo. Una posible aliada. Casi se tocan los hocicos, registran datos rápidamente y vuelven a sus rincones. Después se sientan frente a frente a dos metros de distancia con la pose de la esfinge para observarse mientras el Renato controla con aires de gallito, pero de lejos.

La Prínces en cambio destila desesperación y angustia por la posibilidad de perder su reinado. Entrar a la cocina fue comprender la terrible verdad de que ésa oh no estaba refregándose en las piernas de Ñaun y ahora se sentaba en su silla preferida cerca del horno.

 

noche

Ñaun no le prestó atención al pollo con papas, bajó el fuego y dijo Que esto se haga cuando quiera, total no lo va a comer nadie, y se fue a tirar en la cama a mirar con rabia una película. Todo el mundo se traslada allá, aunque la luz de la cocina sigue prendida.

Dudan en las ubicaciones ahora que hay que contar a la visita. El Renato elige la silla del medio así que la Prínces se decide por la banqueta, pero la pierde inmediatamente porque el Renato se arrepiente de su elección y se le viene encima. Le basta subirse y atropellar leve con los pies, ahora quiere ahí. La Prínces salta hacia la mesita controlando de reojo si también de ahí va a sacarla, pero esta vez él la ignora.

Toda la atención está en las jugadas que faltan. La gorda Flora modestamente se acomoda en una remera que se cayó de la silla, en una posición muy secundaria, y la visita se acerca cautelosa, apoya las dos patas negras en la cama y espía a la gran mole inmóvil, en especial el destello alto de los lentes. Prepara los resortes para saltar y ahí el Renato juzga intolerable que avance tanto: de la banqueta salta al medio de la cama y la Sol vuelve a bajar las patas.

Dispuesto a defender todos los territorios el Renato vigila qué va a hacer ahora la Sol. Ella no abandona, se sube con movimiento largo de nutria en el agua y conquista muy poco lugar en el ángulo de la cama. Rápida reacciona la Flora que ve su oportunidad y toma la banqueta abandonada, pero la Prínces decide recuperarla, usa la misma técnica de desalojo que le aplicaron a ella y la Flora se tiene que ir a la mesita.

Hay una quietud provisoria.

Bué, terminó el primer tiempo, dice Ñaun con una sonrisa amarga, cómo joden con el territorio...

De alguna forma, cada uno ha logrado ya un lugar respetable, pero sobre el final hay una sorpresa. La Prínces está sufriendo lo indecible, y no soporta ver desde su lugar cómo quedaron las cosas. Salta a la cama y se hace un ovillo bien apoyada contra la cadera de Ñaun, para mostrarle a la nueva cómo son las cosas acá, porque hasta el cuerpo de Ñaun tiene parcelas que ellos ya se adjudicaron de acuerdo con las jerarquías.

¡Déjense de joder ustedes, y no me pasen por adelante del televisor!, ruge Ñaun, y tira un par de zarpazos.

El Renato se levanta ofendido con la cola vertical y sale a darse una vuelta por el patio, a controlar si la nueva no se atrevió a ensuciarles las piedritas que son de ellos.

Más tarde Ñaun apaga el televisor y prueba con un libro, pero lo único que hace es vigilar el reloj.

 

 

Todo el mundo acomodado para dormir, después de idas y venidas.  Entonces se escucha el ruido de las llaves y hay una estampida en el dormitorio. Ñaun apaga la luz rápidamente y tira el libro que leía debajo de la cama, justo donde la Flora soporta la incomodidad aplastada abajo del sommier nada más que por miedo al Percho. El libro le da en el lomo, pero ella ni un ruidito.

En silencio absoluto los cinco escuchan los pasos de él, las llaves sobre la mesa, y la puerta del baño. Después, momento paralítico hasta que vuelve a abrirse. Ahora lo oyen sentarse resoplando en la cama y ahí Ñaun poniendo voz de recién despierta ataca: Laaargo el balance..., y él hace una serie de ruidos de fastidio y dice ronco algo de Por favor, no me vuelvas loco que tengo muchos problemas, y eso es todo. A los tres minutos está roncando como siempre, con el brazo encima de Ñaun.

 


v i e r n e s
 

qué buen sol   

Un cuadrado de sol intenso en las baldosas es el centro iluminado del patio. La Prínces está quieta ahí, al lado de la planta pinchuda, con los ojos entrecerrados por la bronca. Está todo mal. Anoche tuvo que dormir en las pantuflas, porque Elpercho ocupaba más de la mitad de la cama y tenía la pierna justo en el lugar de Ñaun donde a ella le gusta apoyarse.

Y encima se le arruinó la redada del amanecer. Acaba de bajar furiosa de la terraza porque la Sol se apareció allá y como es una atolondrada y no tiene experiencia de caza se puso a correr como una tarada ahuyentándole todos los pájaros.

Además ahí cayó en la cuenta de que durante la noche había estado avanzando posiciones como si en la casa vivieran tres gatitos de teta. Es que el Renato la persigue a las carreras muy contento y ella ya se dio cuenta de que acá cuando Ñaun no está el que manda es él. Muy astuta.  Ésa ya  Ah, qué dolor intolerable, esa asquerosa, ya con refregarse en las piernas de Ñaun la destrozó, y ahora también quiere al macho de la casa. Pero es que él la busca, él la busca. Apenas llegó ayer a la tarde y la estuvo rondando toda la noche como un baboso. Acá está el idiota bajando alborotado la escalera con la otra pegada atrás. 

 

El Renato es un muchacho feliz y ni ve los ojos achinados de la Prínces; viene a instalarse cautivado por la irradiación de las baldosas en el centro del patio. La Sol no se atreve a seguirlo hasta ahí, queda inquieta por las inmediaciones. En cambio la Flora se agrega veloz, rastrera, y también entra a la luz con los ojos cerrados. El trío genera una especie de bloque anti extraños, y con parsimonia se dedican un rato largo a limpiarse disfrutando de mostrar que ésta es su casa.

Respetando la distancia para que no le gruñan, ella se les acerca inclinando los triángulos de sus orejas, buscando una brecha para entrar al baño de sol, o proponiendo carreras, no se sabe bien. Las hembras la miran con repugnancia, las colas latigueando furiosas contra las baldosas del patio, y fingen disfrutar de la playa.

 

A lo largo de la mañana los avances y retrocesos en el terreno van dibujando una lenta danza, y la medida de la distancia con la Sol se acorta a un metro más o menos. Gran avance.

Ñaun llama a comer tirando besitos y todo el mundo corre. Pero en los platitos cae un alimento desconocido. Es la porquería que trajo la intrusa para no extrañar su casa, además de ese platito violeta que hace un ruido destemplado. Ñaun lo presenta como si fuera atún fresco y acomoda un poco en cada plato, miren, aquí está una delicadeza, un detalle que trajo la invitada, una degustación.

Un asco con olor a pollo.

 

 

siesta interminable

j u e g o s

 

Por un par de horas la nueva dejó de ser un problema porque la ignoran y anda por todos lados, jugando con lo que se le cruza. Un par de veces Ñaun le quita los cables del teléfono y al final le fabrica algo parecido para que juegue. Crispada, la Prínces la ve revolver en la caja de herramientas de Miamor y tirarle un pedazo de cable retorcido a ésa, para que se revuelque dejando su olor a hembra por toda la casa, maldita. Un chiche al invasor, es algo insoportable. Quieta abajo del sillón la espera hasta que pasa loqueando con el juguete y aprovecha para darle un buen zarpazo cerca de la nariz, por idiota.

 

La tarde empieza con un teléfono. Es Miamor, y se dan cuenta porque la ceja de Ñaun se levanta desafiante y usa el tono de cuando le dice Mauricio porque está enojada.

Anoche no se habló palabra. Ella no volvió a decir balance y él no repitió dormir. Roncaba. 

Y ahora habla por teléfono.  Ñaun repite lo que él va diciendo: Cómo “vamos” a hacer el balance. Quiénes “vamos”... ¿Qué, acá en casa?... ¿Qué?... ¿Y  hasta qué hora. .. ¿Se va a quedar a comer? Ah, pero entonces  tengo que preparar algo!

 

Se tiende sobre la casa una densa espera que no deja dormir la siesta. La Prínces reconoce fácilmente el estado de Ñaun y no se le despega mientras ella recorre toda la casa como una máquina, sacando cosas de lugar y poniendo floreros donde antes no había. Esto es mucho más que una visita inesperada. Es que él dice que va a venir a trabajar con la hermana del socio, que es la contadora que los está ayudando a hacer el balance. Va a traer a esa mujer. De a ratos se queda pensativa apoyada en el marco de la puerta, o busca cosas para hacer una atrás de la otra hasta que llegue la hora en que la puerta se abra y aparezca Miamor con... ¿Cómo será esa mujer? ¿Ella será su...? Él no sería capaz de traer a casa a 

Ay MiamormividaquéestáshaciEnndomeestásengañAndoquiénesElla eslindaesjOven?

 

Ya acomodó todo lo que había que acomodar y rescató el pollo de ayer para hacer una picada para esta noche, cuando tenga que acercarse como pidiendo permiso en su propio comedor para meter la bandeja en la mesa entre Mauricio y La Otra. Ellos van a estar en la mesa del comedor, con Los Balances, hablando de cosas que Ñaun no conoce y que no entiende. Los puñales la atraviesan ida y vuelta y ella fuma un cigarrillo atrás del otro.

 

El tiempo estancado la tiene sentada en la cocina, mirando cómo desfallece el juego de los gatos que de nuevo están expectantes como perros. Necesita ocupar en algo las manos, así que les propone distraída algunos juegos, les arma un bollo apretado de papel y se lo tira rodando entre los muebles, pero dura poco porque el papel se deshace, ya no tiene gracia, y hay que buscar otra ocupación para estos pensamientos desbocados. Por suerte el Renato encuentra atrás de la máquina de coser uno de esos huevos de plástico que vienen adentro del chocolate y que a ellos les gustan tanto porque rebotan por todos lados. Juegan hasta que como siempre se les traba debajo de la heladera, lo alcanzan con las uñas pero gira loco en el lugar.

Y ahí aparece la Sol, siempre atrás del Renato como la novia del roquero, rasa el piso debajo de la heladera con esa pata de watusi que tiene y lo hace saltar otra vez. Una campeona. Y eso no les gusta para nada, la Prínces abandona el juego y hay tensas miradas.

Todo es complicado con la intrusa en el medio. Casi no juegan porque todo está destinado a demostrarle que no piensan dejarla participar.

 

 

Tiempo de descanso. Ñaun se hace un té de tilo y en medio de sus pensamientos circulares acerca de esa mujer que va a venir esta noche se filtra la voz del televisor que dice Es necesario ejercitarse cotidianamente para mantener el cuerpo saludable, y eso la levanta de la silla y la lleva decidida a la cocina.

Siempre con la cabeza en otra parte Ñaun vuelve con algo en la mano. El Renato reconoce inmediatamente el cuadrado de papel de rollo de cocina y sabe que viene el deporte que más le gusta. Para no perder los instintos del salto y la caza acá se juega al rulo alto.

Ñaun lo arruga y lo levanta contra la pared, más alto que su cara (pero hoy no se divierte como siempre) para que ellos salten hasta allá y lo hagan caer al suelo.

Cuando el papel aletea contra la pared el Renato se coloca bien abajo con el cuerpo estremecido en la preparación del salto y se despega vertical hasta el metro ochenta, zas, lo agarró, lo tiene, es el mejor. Ahora la Prínces hace su trayectoria oblicua impecable, entrenada con la práctica nocturna en la terraza bajando broches de la soga. Como siempre, Ñaun le arma el mismo juego a la Flora, pero más cerca del suelo. Se trata de un salto breve, gordo y bajo, que termina con gruñidos de huida y siembra de pelos. Lo último que se ve de ella es el penacho de la cola cuando sale despavorida por la puerta, como si el juego fuera pecado.

 

 

Siguen pasando lentas las horas de la tarde. El Renato, gran observador, estira las dos patas adelante y con la mirada fija sobre todo lo que pasa, está a la espera de que caiga algo con lo que se pueda jugar. Siempre se trata de un acecho a los pequeños errores de Ñaun, porque ella tiene todo tan organizado que nunca andan por el suelo tapitas o banditas de goma. Ni soñar con una pluma.

Lo que localiza es el encendedor azul que Ñaun dejó en la mesa y empieza a darle con la pata alzada hasta que lo hace caer. Nada resbala mejor y va chocando con todo por el suelo en unas trayectorias fantásticas entre los muebles. La pena es que dura poco, porque el ruido alerta a Ñaun y como los encendedores le interesan viene enseguida a quitarles el balón.

 

Otra cosa buena para jugar son las gomas, considera el Renato ahora que Ñaun se fue a bañar. Lástima que ahora no pueden alcanzarlas porque Ñaun las metió en un frasco. Pasó que un día las encontró abajo del sillón llenas de pelo y empezó a los gritos, las limpió a todas y las metió ahí, donde quedaron inalcanzables. Pero la vida es riesgo, y el Renato se sube al escritorio. Ve entre las otras la roja con la rayita blanca, que es su preferida. Con delicadeza mete la pata larga, la engancha con la uña y la va sacando despacito hasta que casi la tiene, sí,        sale,       sube,     va subiendo,     pero no,

algo pasa, porque el frasco se bambolea como un payaso y se acerca hasta el borde del escritorio y al final cae,

¡¡CRASH !!

en el silencio de la tarde.

El Renato se encoge como un molusco, pero por suerte Ñaun no pudo oírlo desde la ducha. Cuando lo vea seguramente va a querer armar un interrogatorio otra vez.

 

Ñaun sale del baño con el olor de los perfumes, pero no hace los gestos de irse. Sigue muy pensativa y ahora anda mirando las posesiones de adentro de la heladera, pensando en La que va a llegar, y en la posibilidad de ofrecerle esas aceitunas que está mirando. Qué bien si un carozo se le atravesara en la garganta y La Otra cayera revolcándose entre las patas de las sillas cada vez más ahogada hasta morir. (Oh Miamor no sé qué le pasó, sólo le ofrecí estas ricas aceitunas), y cuando levanta el frasco para ver cuántas quedan de pronto se le resbala de las manos y hace el mismo ruido,            ¡¡CRASH!!

en el silencio de la tarde.

Ñaun limpia todo con furia y después se sienta un poco desconsolada con la espalda en la pared. No sabe cómo tiene que actuar esta noche.

La Flora se acerca a oler el piso, a refregarse bien contra las baldosas donde todavía reconoce el olor de las aceitunas, y después se queda tranquila en medio del camino con el hermoso pelo ondulando como los pastos al viento.

Qué linda ella, le dice Ñaun, le mueve la mano distraída por el lomo y arrastra un papelito arrugado por las baldosas, para hacerla jugar. Pero la Flora no está interesada. Se queda muy quieta mirando el aire, casi inmóvil, indiferente a lo que se mueve a sus pies.

Ya veo que no tenés muchas ganas de atacar, dice Ñaun, y cuando está por abandonar, la Flora levanta juntas las patas delanteras como un látigo y las hace caer verticales sobre el papelito.

Ñaun se queda admirada de la destreza y de la estrategia de caza.

Fingir desinterés y de pronto…

Qué interesante.

 

 

noche

Cuando Ñaun está parada frente a la mesada no se le puede pedir nada. Ya se sabe que hace esas cosas, corta, ralla, rebana, limpia, raspa, enjabona, hierve, escurre, pasa por harina y por pan rallado, fríe, rellena, bate, licua, lava, en toda esa superficie a la que está prohibido subirse. Hoy está además ese toque de nervios y de ansiedad que recorre la casa como una electricidad. Todos huyen de la cocina y esperan.

 

Pero alguna vez tiene que suceder, y las llaves de Miamor suenan afuera, junto con su voz y la de la extraña, que se llama Soledad y trae un paquete con, dice, un poco de tarta de pollo comprada en la rotisería al lado del negocio. Un pequeño detalle, una degustación. Un asco con gusto a pollo le parece a Ñaun, justamente lo que faltaba para acompañar el revoltijo de pollo y papas que preparó sin amor bajo el nombre de Mayonesa de ave y que se enfría en la heladera esperando su momento.

Pero Ñaun tiene tiempo de mirarla bien mientras la intrusa habla sobre el contenido de su asqueroso paquetito. Flaca y negra como una anguila escucha invitaciones, Pero quedate a cenar, dice Elpercho, creo que mi mujer preparó algo rico. Ñaun levanta una oreja y se acomoda el borde de la camisa.

No quiero molestar, dice la hipócrita flameando las caderas, y sigue hablando del trabajo con expresiones que abarcan un “nos” en cada tarea del negocio... Oh, Ñaun está con los pelos erizados, y camina hacia la cocina sobre sus uñas, envenenándose. Qué se cree ésa. Decir nosotros cuando está hablando de Miamor. Ah, si pudiera caerle encima con la gracia de La Flora sobre la caza. Explicarle que ella no puede decir Nosotros. Que los años vividos en, que      cómo decir nada si no tiene palabras, sólo miedo de esas bellas ondulaciones que se perpetran frente a los mismísimos ojos de Suamor…

 

Elpercho y la extraña ocupan ahora la mesa del comedor con papeles y calculadoras, y Ñaun es toda sonrisas cuando sirve un aperitivo. Una bebida clara, y enseguida les trae queso y otras cositas, dice, para picar algo antes de la cena.

Cuando entra a la cocina para buscar la bandeja ve la escena que tensa el aire debajo de la mesada. La Sol ha devorado todo lo que tenía en su platito violeta y avanza sobre el de la Flora, que acepta la invasión y se retrae.

La Prínces entonces levanta la vista. Nada más. Y la intrusa da un salto hacia atrás, dejando el plato que no es suyo.

Ja, te pusieron en tu lugar, dice Ñaun, y enseguida se le revela, Eso. Eso mismo.

 

Así que Ñaun va llevando una bandeja por el pasillo y escucha una carcajada de la mujer. Cuando entra y la ve ensortijarse sobre los papeles señalándolos con sus uñas pintadas, un rayo láser salta desde su cabeza y explota enceguecedor en el cielorraso. Las palabras son lava que no puede detener.

Y a ver si terminan rápido, suelta en un arranque mirándola fijamente, que a mi marido y a mí nos gusta acostarnos temprano.  Soledad se apoya en el respaldo cuando escucha el gruñido, y se calla de pronto. Retrocediendo igual.

Ñaun de reojo mira si Miamor la quiere fulminar por ser tan grosera con la visita. Pero no. La está mirando con la boca abierta y parece que va a reírse.

 

 

La cosa es que la tal Soledad se fue de la casa un rato después. Que nunca se sirvió la cena de pollo + pollo en la mesa. Que dijo a las once que iba a cenar con unos amigos y salió, salió por la bendita puerta. Que Elpercho se rió y dijo ¡Estás celosa! y se sentaron a comer la mayonesa de ave, Sí, sí, estás celosa, todo con abrazos, y después miraron el cuadrado de luz tomados de la mano.

Y que ahora todo el mundo está buscando ubicación en las posibilidades del comedor porque empezaron a hacer los ruidos del amor y hay que irse del dormitorio. Así son las cosas acá, y al que no le guste que no venga.

 

 

 

S á b a d o

 

 

otra vez el sol

Nada mejor que hacer las mismas cosas todos los días. Correr por la terraza, escuchar que Ñaun se levanta cantando y esperar que les ponga el desayuno en los platitos. Y sobre todo escuchar el timbre y ver cómo la Sol se mete otra vez en el bolso y se va de sus vidas en los brazos de la vecina.

La mañana se desliza suave. Esto sí que es paz por fin.

 

 

A las doce hay  preanuncios de teléfono y al final el timbre otra vez. La voz tranquiliza a todos, porque ya conocen a este amigo de Miamor, pero esta vez viene con un canasto de mimbre.

Es el perro. 

Tiemblan debajo de la mesa, oliendo el azufre infernal que trae el canasto, hasta que entre los trapos escuchan un lamento diminuto. La Prínces es la primera en acercarse, y los otros se atreven a seguirla hasta el canasto abierto con la nariz tanteando el aire para ver qué es lo que hay adentro. Entre los trapos ven al FamosoPerro: una bola que duerme temblando con ruiditos.

 

   Y todo empieza de nuevo…

 

 
 

 

 FIN

 

 

 

 

(*)   las 48 patas:
 
De la casa: Flora, Renato y Prínces
Vecinos de la manzana propia: Cabezón, Oscuro y Perlita
 La invitada: Sol
Tipos de la manzana de enfrente: El atigrado y 4 más